Todo indica que el origen y evolución del cafeto se produjo hace 100.000 años en las planicies tropicales africanas.

Esto no quiere decir que el hombre de esos lejanos tiempos haya utilizado los frutos de la planta para preparar la bebida.

Lo único demostrable es que la actual República de Yemen, país con gran influencia islámica, fue, a partir del siglo XV, el primer productor de cultivos de café plantados por el hombre. Hasta entonces, los arbustos crecían de manera silvestre en valles y mesetas de Etiopía. Yemen también fue el precursor del consumo de la bebida. Los consumidores más adeptos –o adictos– eran los monjes sufís, que oraban de noche y debían mantenerse despiertos.

Nunca quedó claro quién o quiénes les enseñaron a los yemenitas a preparar la primera infusión de café. Quizás fueron ellos mismos.

Lo que sí está documentado es que las tribus nómadas de los Gallas, asentados en Etiopía, utilizaban la cáscara del café para elaborar fermentados. También separaban y tostaban los granos en hogueras al rojo vivo, y los pulverizaban con piedras para luego mezclarlos con grasa y transformarlos en bolitas para comer. Las bolitas no sólo les aportaban energía, sino que les permitían espantar el sueño para resistir sus largas caminatas o enfrentarse al enemigo en el campo de batalla. Aunque dicha tradición existía en otros pueblos africanos, ninguno ha reclamado para sí el titulo de creador de la bebida. Y que lo pueda demostrar.

Es evidente que, en algún tiempo y lugar, la infusión entró en escena. ¿Dónde? ¿A cargo de quién? Aún se desconoce. Sólo sabemos a ciencia cierta que los pueblos ancestrales del continente africano utilizaban las semillas del café como alimento. Y nada más.