
Las henchidas nubes negras que se ciernen actualmente sobre el café pueden mitigarse si en estos aciagos días le dejamos la puerta abierta a la bebida para que continúe llenándonos de energía, acompañándonos si vivimos solos, inspirándonos creativamente en nuestras exploraciones laborales e intelectuales, e integrándonos con familia y amigos de manera presencial o remota. Pocos redentores como el café para estos momentos.
Por eso me llamó la atención, a comienzos de la semana, un artículo publicado por la periodista Ana Bretón del diario El Mundo, de España, cuyo enlace fue reenviado horas más tarde por Roberto Vélez Vallejo, gerente general de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, en su cuenta de Twitter.
Titulado “Por qué es importante seguir bebiendo café durante el confinamiento por coronavirus”, el escrito resalta los embrujos del café, tanto para el cuerpo para el alma.
Enumera atributos como el de acelerar nuestro metabolismo. “No viene nada mal cuando la situación nos impide mover el cuerpo todo lo que nos gustaría o necesitaríamos”, dice Bretón. Y cita un estudio británico sobre las propiedades de la cafeína como estimulante del sistema nervioso central y del desarrollo mejorado de la fuerza muscular.

Al activar la dopamina en el cerebro, agrega, el café también “ayuda a concentrarnos y a ser receptivos; a memorizar, a sentirnos motivados y más satisfechos con nosotros mismos. Ah, y a reírnos más, ya que también influye en el humor”.
Luego enumera, con base en estudios científicos, las ventajas de consumir café para aumentar la longevidad y aprovechar sus antioxidantes para la prevención de posibles afecciones cardiovasculares, infecciosas, respiratorias y antidepresivas.
Y concluye: “con la que está cayendo, y con lo que nos gusta el café, existen razones de más para no dejarlo”.
Más allá de tan entusiasta defensa –que comparto plenamente–, no podemos soslayar el panorama preocupante que asedia al café. Un caso concreto es la caída del consumo en las tiendas de especialidad, que venían experimentando un crecimiento sin precedentes, ya sea por su atractivo como lugar de trabajo o como segundo hogar fuera de casa.
Dichas tiendas han comenzado a prescindir de su personal y están comenzando a atrasarse en el pago a proveedores, incluyendo tostadores, intermediarios y, tristemente para Colombia, a cientos de frágiles hombres y mujeres que cultivan el grano.
Peor aún, justo cuando los jugadores mundiales del negocio estuidiaban estrategias para mejorar los ingresos y condiciones de vida de los campesinos, se desgajó la actual tormenta del Covid-19, que ha vuelto a posponer ese cambio tan necesario. Según señala un artículo de la revista especializada Roast, escrito por Peter Roberts y Chad Trewick, los agricultores no se recuperarán de la actual crisis con facilidad. Es más: quizás no lo hagan. “Es una historia que se repite”, dicen Roberts y Trewick. Y añaden: “cuando pase la tormenta, tostadores y minoristas estarán dedicados a sacar sus propios negocios a flote.
Mi propuesta es sencilla: recurrir a las tiendas de especialidad más cercanas para comprarles a ellas el café nuestro de cada día. Esto no sólo hará más llevadero nuestro encierro, sino que les dará combustible para no fenecer. Estos negocios representan a pequeños cultivadores, quienes, por ahora, son quienes nos necesitan. Y nosotros a ellos.